Especial para Claridad

No pudimos evitar sentir cierta simpatía por Luis Muñoz Marín cuando le escuchábamos hablar desde Barranquitas el martes pasado, en la celebración del natalicio de su padre. Debemos admitir que sus palabras transmiten sinceridad. Lo que hay en ellas es una horrible confusión. Y es que Muñoz no es capitalista metido a político para defender sus particulares intereses, como es el caso de Luis A. Ferré y Rafael Hernández Colón. Luis Muñoz Marín es un colonizado, lastimosamente enajenado por las gríngolas de su mentalidad colonial.

Quizás ningún otro político puertorriqueño le haya servido tanto al gran capital para el saqueo de la riqueza de nuestro pueblo como Muñoz Marín. Huelga subrayar que está permeado hasta lo más recóndito de su ser por la ideología capitalista en su vertiente liberal. Pero esa ideología no es consecuencia de sus intereses de clase —él ha sido un individuo desclasado— sino resultado de su enajenación colonial. Todas sus idas y venidas, vueltas y re-vueltas en el plano político del último medio siglo han sido fundadas en la racionalización y el auto-engaño, en un empeño irracional de conciliar su sentido de justicia intuitivo con absoluta incapacidad para transformar el sentimiento en voluntad. De ahí que se quede siempre corto, que no alcance amarrar las conclusiones que fluyen de sus propios diagnósticos y mucho menos encarar resueltamente los retos que ellas plantean.

Si algo demuestra claramente esa personalidad pusilánime —víctima de la colonización— es el discurso de Barranquitas. El fundador de Acción Social Independentista y del Partido Popular señaló unos problemas capitales de nuestro pueblo y hasta confesó su cuota de responsabilidad en los mismos. Admite que el desarrollo económico alcanzado en el país se ha fundado en una creciente desigualdad en la distribución de la riqueza. Ofrece estadísticas espeluznantes para sostener la afirmación. Pero evade llegar a las conclusiones lógicas del planteamiento hecho.

El habla como si toda la riqueza que se genera en Puerto Rico estuviera en nuestras manos y solo por culpa nuestra esté tan mal distribuida. Propone entonces todo un elaborado esquema de distribución para cerrar el abismo entre los muchos que ganan muy poco y los pocos que ganan mucho. Solo que la totalidad del esquema está montado sobre el vacío, la ilusión, la más completa irrealidad.

Esos cinco mil millones de dólares que él llama “ingreso nacional anual de Puerto Rico” no es tal cosa. Es la producción anual de los puertorriqueños. La mejor tajada de esa producción se la llevan los inversionistas y comerciantes extranjeros. Otra buena parte se la dividen los intermediarios y socios menores nativos de los primeros. Y solamente una pequeña parte se queda —temporalmente— en manos de los trabajadores puertorriqueños que forman la inmensa mayoría del país. Eso es el sistema capitalista-colonial.

Para cambiar esa realidad hay que disponerse a destruir ese sistema. Todo lo demás es pura elucubración calenturienta. ¿Acaso los beneficiarios de ese sistema de super-explotación están cruzados de brazos esperando que venga fulano a redistribuir la riqueza sobre bases más ecuánimes? Eso es ignorar la lucha de clases, que es lo mismo que desconocer el a-b-c del movimiento social.

De ahí que después de analizar algunos de los resultados más evidentes del sistema colonial-capitalista vigente en Puerto Rico, Muñoz Marín vuelva con la majadería de la permanencia del estado libre asociado y la ilusión de su crecimiento autonómico. Y nos vuelve a repetir la cantaleta de que “el status político es para servir a los ideales humanos”. ¡Cómo si el status político del país existiera independientemente de las fuerzas económicas y políticas que lo imponen!

Y de ahí también su candorosa referencia al problema de la contaminación ambiental. Está de acuerdo en que hemos llegado a un grado intolerable de contaminación. Considera que éste es uno de los precios negativos que se han pagado por el desarrollo económico. Pero lo único que se le ocurre recomendar como solución es que controle la contaminación. Otra vez la misma tontería. Una vez establecidos los monstruos contaminantes con todo su poderío  no hay la más remota posibilidad de controlarlos por parte del gobierno y mucho menos de un gobierno colonial, desprovisto de los poderes esenciales para reglamentar la industria y el comercio.

Muño refleja en la entrelínea de sus palabras una honda preocupación por el juicio que sobre su gestión en la vida pública del país pasará finalmente la historia. Sospechamos que esa preocupación se ahonda más en la medida en que se acerca a la terminación de su vida. Pero no basta con denuncias a medias como la hecha en Barranquitas para limpiarse del pliego de acusaciones que tiene pendiente ante la historia. La peor de ellas es que ha sido el más útil servidor de los esclavizadores de su pueblo hasta el extremo de haber sido carcelero de Albizu Campos. Es lástima que a todo eso haya llegado por estar en babia y que siga en babia.

 

22 de julio de 1973