Especial para Claridad
La maniobra publicitaria de Rafael Hernández Colón y Teodoro Moscoso la semana pasada en Nueva York es una acción desesperada para restaurar la confianza a los capitalistas yanquis respecto a sus inversiones en Puerto Rico. Una serie de hechos y acontecimientos han ido minando aceleradamente esa confianza. Y todo el engranaje económico colonial —montado sobre la inyección continua de capital extranjero— está amenazando con venirse abajo.
El cierre creciente de industrias livianas no ha sido compensado por el establecimiento de industrias satélites de las petroquímicas, como había planeado Fomento. El desempleo, por tanto, continúa incrementándose en Puerto Rico.
La Autoridad de Fuentes Fluviales no ha podido proveer la estabilidad requerida en el suministro de energía eléctrica a industria establecida en la isla. El margen prestatario de la AFF está agotado. La política de dicha corporación pública de suplir energía eléctrica barata a la industria petrolera y petroquímica —que consume buena parte de la producción administrativo les ha llevado a una encerrona insalvable.
Esa situación ha sido factor decisivo, junto a otros como el alza intermitente de los fletes marítimos —en el descenso dramático en la inversión de capital extranjero en la isla. Y como la estrategia económica de Fomento se basa en mantener en forma continua ese flujo de capital nuevo, el bajón lleva a una grave crisis.
El gobierno busca una salid a esa crisis con el proyecto de superpuerto y sus complejos petroleros, metalúrgicos y petroquímicos. Moscoso ha querido empalmar la búsqueda desesperada de inversión extranjera con la apremiante necesidad que tiene Estados Unidos de construir facilidades portuarias para los gigantescos tanqueros que transportarán el petróleo del mediano Oriente, refinerías y plantas petroquímicas. De ahí surgió toda la euforia del proyectado superpuerto.
Pero el superpuerto que necesitan los yanquis es para ya mismo empezarlo a construir. Aquí no hay condiciones para esa construcción rápida por varias razones.
Una de ellas es que la legislación sobre calidad ambiental existente dificulta el inicio rápido del proyecto y provee a los opositores una serie de mecanismos que, cuando menos, pueden aplazar por buen tiempo el comienzo de la construcción.
Otra es que no existen en Puerto Rico las facilidades de suministro de energía eléctrica para alimentar el complejo petrolero que conlleva el superpuerto. Y la inversión necesaria para establecer esas plantas de energía eléctrica es tan grande o más grande aún que el complejo industrial en sí.
Y la más importante de todas, la decisiva, es la enorme oposición que se ha generado, nacional e internacionalmente, a la idea de establecer ese complejo petrolero en Puerto Rico.
A todo eso se suma el pánico creado entre los capitalistas yanquis que tienen negocios en Puerto Rico por la combatividad proletaria demostrada en las recientes huelgas de Fuentes Fluviales y los bomberos.
Rafael Hernández Colón creyó que al hacer mollero movilizando la guardia nacional para combatir esas huelgas se iba a asegurar la confianza de sus amos, los capitalistas norteamericanos. Pero le salió el tiro por la culata. El mismo Moscoso le llamó la atención sobre el efecto negativo que causaría en los medios financieros de Estados Unidos la noticia sobre la movilización de la guardia nacional. El hecho de que en pocos días de huelga proliferaran espontáneamente el sabotaje y se paralizara gran parte de la producción industrial del país agravó la imagen de inestabilidad.
Por eso el gobernador se fue a Nueva York con Moscoso y Negroni para tratar de re-establecer esa confianza. Convocó a los periodistas especializados en cuestiones petroleras y allí dijo que se habían resuelto las diferencias en el suministro de energía eléctrica la industria a la industria —cosa que es falsa— y que estaban planeando el proyecto de superpuerto y complejo petrolero. No permitieron a la prensa puertorriqueña de Nueva York asistir a la referida conferencia. Porque querían evitar que saliera a colación la gran oposición que hay en la isla contra el proyecto. Pero todos los periodistas “especializados” se enteraron de esa oposición por el piquete masivo montado por el Partido Socialista frene al lugar donde se efectuó la rueda de prensa.
Hernández Colón ha querido rectificar y dice ahora que él no dijo lo que dicen que dijo. Pero todos sabemos, y sabíamos desde antes, que él está tan embarrado en el proyecto genocida del superpuerto como el propio boticario ponceño. El gobernador ha dicho que va el superpuerto, aunque ahora lo niegue. Pero no basta con que él y su gobierno quieran atosigarnos la petrolización. Los grandes intereses petroleros y financieros con que ellos cuentan para encauzar su proyecto están empezando a darse cuenta de que esta aventura conlleva muchos más riesgos que ventajas. Y el pueblo puertorriqueño —decidido como está a combatir esa monstruosidad a como dé lugar, seguirá intensificando su lucha, en todos los ámbitos y formas— para acabar de persuadir a los magnates del petróleo que mejor se vayan con su música a otra parte.
24 de julio de 1973