Especial para Claridad

Los estragos que enfrenta Puerto Rico no son producto del resultado electoral. Tiene raíces mucho más profundas, y requiere análisis de mucha enjundia, lo más apartados posible de la preocupación electoral.

No podemos analizar la realidad nacional nuestra desde una perspectiva insularista. Ya no pueden sobrevivir en el mundo del siglo XXI ínsulas aisladas de su contorno regional y del mundo del que formamos parte.

Nuestro contorno regional es el caribeño y latinoamericano. Como lo ha declarado una y otra vez el Comité de Descolonización de Naciones Unidas, somos una nación caribeña y latinoamericana. Eso es una realidad sociológica que no depende de las estadísticas electorales de la colonia.

Tenemos que atender, en esa perspectiva, las condiciones actuales en que nos desempeñamos como pueblo. Claro que hay que tomar en consideración a Estados Unidos en nuestros análisis, quizás en mayor medida que la atención que demos a los resultados electorales de aquí. Porque en la práctica, hoy, son sus leyes y sus gobernantes los que mandan en el diario vivir de Puerto Rico. Lo que digan y hagan el gobernador, la legislatura y el Tribunal Supremo de Puerto Rico, va teniendo cada vez menos relevancia en la conducción de nuestra vida nacional. Es así ya que la llamada esfera federal, durante las últimas décadas, ha ido ocupando el campo —al decir de la abogacía yanqui— y desechando en mayor medida que lo que fue antes las decisiones y acuerdos de los únicos gobernantes por los que nos dejan votar aquí. Y esto es cuestión de discursos. Por eso no basta con que el independentismo cambie su discurso. Eso es sencillamente una realidad monda y lironda.

Los fiscales y jueces de la Calle Chardón ejercen mayor poder sobre  nuestro pueblo que los de nuestro Tribunal Supremo. El Congreso de Estados Unidos —la mayoría de cuyos integrantes no saben siquiera donde queda nuestro país— se han ido apropiando crecientemente de un poder, que por ser anacrónico no deja de ser real, sobre todos los puertorriqueños, a pesar de que nosotros no elegimos a los miembros de ese Congreso, ni en todo ni en parte, más allá de un Comisionado Residente con voz pero sin voto en ese cónclave.

El ejecutivo del estado libre asociado de Puerto Rico no puede siquiera, en el ejercicio de su función ministerial, mandar a investigar un homicidio ocurrido en el territorio nacional nuestro, lo cual se supone que es algo que queda bajo la jurisdicción del ELA. Cuando intenta hacerlo, en un caso que por tratarse de un patriota de la trascendencia histórica de Filiberto Ojeda Ríos tiene una gran repercusión internacional, al gobernador de turno le fabrican un caso federal y lo arrinconan de tal manera que tiene que defenderse como cualquier criminal, cuando los criminales son los que les acusan sabiendo, como saben, que si fueran a aplicar los criterios en que fundaron sus acusaciones a todos los congresistas de Estados Unidos, tendrían que cerrar ese Congreso, como afirmó con mucha razón el congresista Luis Gutiérrez al comentar los cargos formulados contra Aníbal Acevedo Vilá.

Es cierto que en Estados Unidos se ha dado un vuelco histórico en las últimas elecciones presidenciales de ese país, al elegir a Barack Obama para ocupar la Casa Blanca en los próximos cuatro años. Nosotros participamos de la alegría que se ha manifestado en el mundo entero con esa elección. Pero no podemos ilusionarnos una vez más en creer que ha cambiado la política imperial de Estados Unidos hacia Puerto Rico. Podemos aprovechar, eso sí, la conjunción de dos factores históricos que se combinan para buscar un cambio significativo en esa política imperial en torno a Puerto Rico. Son la presidencia de Oba que es, en el mejor de los casos un liberal de centro-izquierda, y la realidad, que ya aceptan los analistas más lúcidos de las corrientes mediáticas mayoritarias de aquel país, de que Estados Unidos deberá ajustar sus miras al hecho incontrovertible que Wáshington ha perdido la hegemonía que tenía sobre la política y la economía del mundo y ahora pasaron del Siglo Americano —como ellos apodaban  al Siglo XX— al siglo Post-Americano. Entre los ajustes que necesariamente tiene que hacer Obama en la presidencia, estará el propiciar la libre determinación de Puerto Rico, real y efectiva. Pero tiene que ser porque así se lo reclamemos los puertorriqueños.

Para estar en condiciones de hacer ese reclamo y obligar a Estados Unidos a reconocerlo así, se requiere que busquemos nuestra inserción en el conjunto del Caribe y América Latina, que es la región de las Américas donde va formándose aceleradamente un común denominador de aspiraciones y esperanzas fundadas en la línea de pensamiento que amasaron con sus pasos por nuestra historia figuras de la más alta dimensión a escala mundial como Bolívar y Martí y muchos otros, entre los cuales destacan el padre de nuestra patria Ramón Emeterio Betances y el puertorriqueño de mayor proyección universal de todos los tiempos, Eugenio María de Hostos.

Hoy, se juntan a nuestra región, con orientaciones y realidades diversas, pero conducentes a grandes anhelos de solidaridad recíproca, la gran mayoría de los estados soberanos de Sur América Central y el Caribe. Esa es nuestra ruta estratégica, desde la cual podemos re-construir la lucha emancipadora de nuestra patria.

Por eso, y habiendo disfrutado la lectura de la última edición de CLARIDAD, en la que se publican análisis muy enjundiosos, la mayoría de los cuales trascienden de la pequeña disputa electoral pasada, sugiero que todos los que participaron en los análisis de esa edición, sean convocados por el director del semanario, cro. Gervasio Morales y el director interino Manuel de J. González —que a su vez entiendo que participaron en los escritos de la edición aludida— a que se reúnan y comiencen la discusión a fondo y en serio de sus planteamientos diversos, pero coherentes, dirigidos a formular una ruta común para el movimiento patriótico puertorriqueño.

Lo propongo así porque observo que ninguno de ellos forma parte de los viejos caudillos y mini-caudillos que hemos tenido en este movimiento —incluyéndome a mi que aunque nunca he aspirado a ser caudillo expresamente me excluyo de esa jornada de análisis para dar paso, de verdad, a una clara renovación de nuestro movimiento. Les aseguro que siempre expresaré mis ideas desde esta tribuna —que para algo y  no para mero adorno en el colofón— se me reconoce como director-fundador.

Manos a la obra, compañeros, que hay mucho qué hacer por delante.

 

Mayagüez, Puerto Rico, a 16 de noviembre de 2008