A principios de la década del 1990, fuimos parte los dos y la doctora Miriam Ramírez de Ferrer de un panel que se conoció como Voces del Oeste, trasmitido en cadena nacional por la estación llamada entonces Supercadena. En ocasiones el debate se originaba en San Juan. Otras veces lo hicimos desde La Parguera, Boquerón y en otros lugares del Oeste de Puerto Rico.

Aquel debate semanal, que duró algunos años, fue interesante porque los tres éramos personas independientes dentro de nuestro vínculo con preferencias ideológicas. No éramos proselitistas activos ni nos gobernaba esa camisa de fuerza que se llama disciplina de partido. Evaluábamos con objetividad y con criterio propio las situaciones que discutíamos. Muchas veces coincidimos en nuestros análisis.

Fue así como un programa local se convirtió en un conocido foro nacional. Gran parte de ese éxito, no tengo reparo en decirlo, se debió a la sabiduría y experiencia de Don Juan. Porque él, a pesar de sus grandes conocimientos y de sus amplias relaciones, incluso a nivel internacional, siempre fue sencillo, correcto, ameno, razonable y estuvo dispuesto a hacer de aquel debate amigable un foro educativo y de orientación general.

El respeto personal y la caballerosidad, especialmente hacia la dama que era su más enérgica debatiente, brilló en todo momento. Nunca me sentí incómodo con los comentarios de Don Juan. Era un caballero en todo sentido de la palabra.

Un día, después de un programa, que debe haber sido en noviembre o diciembre de 1992, Don Juan, con su hablar pausado y respetuoso, me dijo que quería conversar algo personal conmigo. Eso ocurrió en el estacionamiento del edificio Darlington de Mayagüez, frente a los estudios de la estación de radio.

Don Juan supo que yo era el Presidente del Comité de Transición del nuevo Alcalde José Guillermo Rodríguez y el Presidente electo de la entonces Asamblea Municipal de Mayagüez y lo que me quería pedir no era un favor, algo que me consta no acostumbraba solicitar, sino que oficialmente mediara con el nuevo Alcalde para ver cómo él y un grupo de amigos podían coordinar la celebración de un Encuentro Hostosiano, que habían convocado a celebrarse en Mayagüez y que coincidía con los actos de juramentación del nuevo Alcalde, el 11 de enero de 1993. Se trataba de un problema ciudadano y del sagrado derecho a la reunión, no de un favor personal.

Discutí el asunto con el alcalde electo y él se comunicó directamente con Don Juan. De ahí nació una gran amistad mayagüezana y hostosiana que me consta duró durante toda la vida de Don Juan y que como vemos en esta mañana ha trascendido con este reconocimiento y recuerdo del gran compueblano y compatriota.

De las cosas que he podido hacer por esta ciudad de Mayagüez, el haber servido de vínculo inicial para esa relación de amistad y colaboración entre Don Juan y el Alcalde Rodríguez es una que me produce honda satisfacción. Fue muy bueno que estos dos líderes de visión política distinta, pero hermanados en el hostosianismo, pudieran aunar esfuerzos en favor de la obra y el pensamiento de Hostos y de la cultura mayagüezana.

Aquel 11 de enero de 1993, el Alcalde Rodríguez visitó el Encuentro Hostosiano, que pudo celebrarse exitosamente y le dio la bienvenida oficial a los asistentes a la Sultana del Oeste. Por la noche, Don Juan fue uno de los invitados de honor en la Toma de Posesión y Juramentación del Alcalde Rodríguez, que tuve el placer de organizar.

El Encuentro Hostosiano, como sabemos, dio paso a la formación del Congreso Nacional Hostosiano. Previamente, en 1989, Mari Brás había fundado la organización Causa Común Independentista. Todos estos esfuerzos que realizaba Don Juan iban dirigidos a la unificación de las fuerzas independentistas del país en movimientos de convergencia, algo muy legítimo y conveniente.

Debo añadir a este relato sobre la contribución de Don Juan Mari Brás a su querido Mayagüez que una de las primeras iniciativas de la nueva administración del Alcalde Rodríguez, en 1993, fue la exaltación de la figura de Hostos como nunca antes se había hecho en la ciudad. Esa determinación de política pública local incluyó la celebración de la Semana Hostosiana, que tiene ya veintidós años de exitosas celebraciones. Según mi mejor recuerdo, Don Juan participó, de una forma u otra, en todas esas celebraciones anuales, mientras su salud se lo permitió.

También fue parte de esa agenda hostosiana la edificación de este Museo. Por esta última idea, al Alcalde y a mí, que tuve algo que ver con el proyecto, nos criticaron duramente algunas personas de la comunidad. Si la idea prosperó en buena medida fue porque mayagüezanos como Don Juan salieron en defensa de la misma.

Por eso, el 28 de mayo de 2006, cuando Don Juan, el Alcalde y yo, junto a distinguidos invitados de Puerto Rico, la República Dominicana y Chile, cortamos la cinta que marcaba el inicio de este valioso centro, experimentamos una gran satisfacción. La idea había triunfado por encima de las críticas y la mezquindad de algunos. ¿Cómo negarle a Eugenio María de Hostos este hermoso recuerdo?

Lo mismo pienso ahora sobre Don Juan. Merecido también son este homenaje y esta hermosa estatua, y más que eso su recuerdo permanente en este importante lugar.

Ese día de la inauguración de este Museo, Don Juan me contó, en un aparte, de sus peregrinaciones a este lugar desde décadas antes, acompañado por amigos como Felipe Muñiz, Yeyo Rodríguez y muchos otros. Yo recordaba esas marchas de joven por haberme criado en Las Marías y verlas atravesar por las carreteras cercanas, hasta llegar a este recóndito lugar.

También me expresó Don Juan ese día, que había sentido pena por las expresiones de personas poco conocedoras de Hostos en el sentido de que el prócer no había nacido aquí. No hay duda de que este es el lugar donde nació Hostos. Eso ha sido esclarecido gracias a las investigaciones realizadas por Don Juan y otros conocedores de Hostos. Yo, personalmente, por una relación especial que tengo con este barrio, he investigado el asunto también y tengo pruebas convincentes de la veracidad de ese hecho.

Aclarado ese asunto, pienso que nuestro apreciado amigo Don Juan Mari Brás debe sentirse muy feliz de que la estatua que lo recuerda esté aquí, junto al Barco de Papel del maestro Hostos y mirando en dirección de sus sitios más añorados, la Sultana del Oeste, Centro y Sur América, la República Dominicana, Cuba, el barrio Salud, donde nació, y el barrio Rosario del Cerro de las Mesas, que fue su última morada en Mayagüez.

A su retorno a Mayagüez, Don Juan fue, además del incansable y conocido exponente de un ideario político para la patria, un activo líder comunitario, y un ciudadano mayagüezano orgulloso de la cultura y de la historia de esta gran ciudad universitaria. Todavía lamento que la entrevista que me había prometido para mi reciente libro sobre la historia de Mayagüez no pudiera celebrarse por su repentina enfermedad. De haberse efectuado, estoy seguro, muchas cosas más pude haber añadido a ese trabajo porque Don Juan amaba a su ciudad natal, y conocía como pocos su historia.

Debo comentar también que fui su compañero de cátedra universitaria en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, por lo que conocí la admiración que le tenían estudiantes de todas las ideologías políticas.

Para esa época, es decir, finales del siglo pasado y principios del presente, Don Juan estuvo muy activo en diversos asuntos. Enseñaba cursos de derecho, ejercía la práctica de la abogacía, escribía profusamente, participaba en programas de radio y televisión, dictaba conferencias en Puerto Rico y en el exterior y ocupó, en el 2007, la Cátedra de Honor Eugenio María de Hostos de la Universidad de Puerto Rico. Todo eso al mismo que en un acto histórico sin precedentes renunció, en 1994, a la ciudadanía norteamericana en la Embajada de los Estados Unidos, en Caracas, Venezuela, y que logró, más tarde, ser reconocido como el primer ciudadano en obtener legalmente la nacionalidad puertorriqueña.

Lo anterior fue consecuencia de las elecciones generales de 1996, en las que Don Juan fue demandado por Doña Miriam Ramírez de Ferrer, que impugnaba su voto por haber renunciado él, previamente, a la ciudadanía norteamericana, que era un requisito de la Ley Electoral. El Juez Superior Ángel Hermida, mayagüezano que fue mi compañero de estudios de escuela superior, determinó en el caso, en una hermosa decisión, que era inconstitucional requerir la ciudadanía norteamericana para poder votar en Puerto Rico.

Apelado el caso, el Tribunal Supremo de Puerto Rico resolvió, finalmente, que un ciudadano puertorriqueño, como Mari Brás, si cumple con los requisitos de residencia y domicilio, tiene derecho al voto en Puerto Rico (97 JTS 135). Esta determinación, además de reconocer la ciudadanía puertorriqueña, tuvo el efecto de ampliar y clarificar disposiciones importantes de nuestro derecho constitucional y también del electoral.

Ya antes, Don Juan Mari Brás había promovido importante jurisprudencia sobre la libertad de expresión y de reunión y sobre otros derechos ciudadanos en Puerto Rico.

He hablado sobre la obra de Don Juan después de su regreso a la Sultana del Oeste porque es la parte de su vida que tuve el privilegio de conocer personalmente. Pero es mucho más extenso e importante su historial personal, sus creaciones literarias y sus ejecutorias desde que, siendo estudiante de escuela secundaria, para el 1943, en esta ciudad, a la edad de quince años, fundó una agrupación, Capítulo de Agregados Pro Independencia (CAPI) y el primer programa radial independentista, llamado Grito de la Patria.

En 1944, Don Juan deja Mayagüez para cursar estudios en la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras. Fue uno de los fundadores del Partido independentista Puertorriqueño en 1946. Poco antes, en 1944, había ocupado la posición de Presidente de la Juventud Independentista.

En 1948, junto a otros estudiantes, fue expulsado de la Universidad de Puerto Rico por su participación en actividades relacionadas con una huelga estudiantil y con Don Pedro Albizu Campos.

Era tal el activismo de Don Juan para esa época que en una ocasión fue arrestado, encarcelado y liberado tres veces en un solo día. En el verano de 1950 cumple condena de cárcel en Puerto Rico por su participación en la huelga universitaria.

Suspendido de la Universidad de Puerto Rico, decidió ingresar a Florida Southern College, en Lakeland, Florida, donde obtuvo un bachillerato. Los estudios en Derecho los inició Don Juan en George Washington University, en 1951, pero tan pronto la CIA se enteró de su presencia allí fue expulsado de la universidad por sus vínculos con el separatismo puertorriqueño.

Finalmente, en 1954, obtiene Mari Brás su grado en Derecho en la American University de Washington, D.C. Estando en la capital federal, Mari Brás aprovechó la oportunidad y trabajó en el prestigioso Brookings Institution como asistente de investigaciones.

A su regreso a la Isla, Don Juan ejerció la práctica privada del derecho como abogado y asesoró al Senador Gilberto Concepción de Gracia en el Senado de Puerto Rico. Sirvió como abogado de la Sociedad de Asistencia Legal de Puerto Rico. También se ocupó de apoyar la lucha contra las dictaduras de Trujillo en la República Dominicana y Batista en Cuba.

En 1959 fue uno de los fundadores del Movimiento Pro Independencia (MPI) y del semanario Claridad, del cual fue también su director en distintas ocasiones.

En 1973, Don Juan se convirtió en el primer puertorriqueño en comparecer a la ONU a presentar el caso colonial de Puerto Rico, problema que hoy día reconoce la mayor parte de este pueblo, de todas las ideologías políticas.

Para los comicios de 1976 el MPI se había transformado en el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) y Don Juan fue su candidato a Gobernador. Ya en campaña para esa elección, estando de visita en la ciudad de New York, recibió el golpe más fuerte de su vida: el asesinato de su hijo Santiago Mari Pesquera, crimen que todavía no se ha esclarecido y que las autoridades correspondientes deberían tratar de esclarecer para que el alma de Don Juan pueda descansar en la más absoluta paz.

No obstante lo antes ocurrido, la campaña eleccionaria más brillante de Don Juan Mari Brás fue la siguiente, la de 1980, siendo candidato a Senador por Acumulación. Su lema de campaña, la oposición verdadera, caló hondo en el país. Obtuvo cerca de ochenta mil votos, superando a los candidatos del PIP para posiciones legislativas y a su propio partido, que obtuvo poco más de cinco mil votos. Esa fue la más exitosa campaña de voto mixto hasta ese momento en la historia política del país. Carlos Gallisá lo acompañó en esa contienda como candidato del PSP a Representante por Acumulación.

Sería un ejercicio agotador tratar de hablarles en este acto sobre toda la vida y obra de Don Juan Mari Brás. Me parece mejor que resuma con unas palabras y unos nombres que la caracterizaron siempre: valor, sacrificio, lucha, libertad, independencia, caballerosidad, elocuencia, amistad, inteligencia, perseverancia, educación, buen hijo, padre y esposo, Puerto Rico, Mayagüez, Hostos. También nacionalidad y ciudadanía, conceptos sobre los cuales considero que es uno de los más destacados defensores y exponentes en nuestra historia de pueblo. Sobre los mismos dijo Don Juan, brillantemente, en su último libro Abriendo Caminos:

En nuestro caso, la nacionalidad y ciudadanía puertorriqueña se han apoyado, antes que todo, en el Derecho Natural. No somos una nación por ficción jurídica ni por fiat legislativo de nadie. Lo somos porque en el curso de más de cinco siglos se ha plasmado esa nación en sus aspectos fundamentales: historia, étnico, lingüística, cultural, geográfico, político y económico. Esa plasmación se ha dado a pesar de la sofocación persistente de los poderes soberanos de este pueblo por parte de dos imperios sucesivos en el curso de esos cinco siglos.

Estamos todos complacidos con la develación de esta estatua que el Gobierno Municipal de Mayagüez y su Alcalde José Guillermo Rodríguez erigen en honor de un hijo predilecto e ilustre de esta ciudad, Don Juan Mari Brás.

La estatua la hizo el escultor, pero el monumento lo fue formando el propio Don Juan desde su niñez con su ejemplar y valiosa vida, con su digna personalidad, sus sacrificios, su compromiso con la libertad de la patria y con sus grandes ejecutorias.

Ahora nos resta, por parte de los mayagüezanos, cuando el Alcalde y las autoridades municipales lo estimen conveniente, llevar el nombre y el recuerdo de Don Juan Mari Brás al Parque de los Próceres Puertorriqueños que tenemos en Mayagüez.

¡Él, sin duda alguna, es el último de esos grandes próceres!