Yo quiero vivir libre y morir ciudadano.
Simón Bolívar

20 de diciembre de 1824.


Uno de mis géneros literarios preferidos, si no el más, es el de las Memorias, que para mí son novelas escritas por la realidad, destiladas por el filtro del recuerdo.

Juan Mari Brás es uno de los seres humanos por quien yo siento mayor agradecimiento como independentista puertorriqueño, de los que más respeto, admiro y quiero a título personal. Es para mí un paradigma, un héroe, un apóstol de nuestra lucha totalmente justa e inmensamente desigual por prevalecer como nacionalidad.

¡Ya puede imaginar el amable lector, por consiguiente, todo lo que significa para mí que Juan Mari Brás me haya pedido que pergeñe este humilde Prólogo para el recuento retrospectivo de su vida venerable!

El autor aspira, según dice en ellas, a que estas Memorias “…sean suficientes para dejar constancia de la ruta que he recorrido en mi accionar político y personal”. “Ésta, afirma el autor, me coloca en el medio del camino entre los dos grandes dirigentes del independentismo del siglo veinte, que son, en mi estimación, José De Diego y Pedro Albizu Campos. Eso es todo lo que aspiro en la apreciación de los que me recuerden.”

El conocimiento colectivo de sus contemporáneos y de las generaciones que seguimos a la suya y que hemos tenido el privilegio de vivir nuestro tiempo bajo su orientación y guía, reafirma y amplía este innegable aserto del autor.

Estas Memorias son mucho más que el compendio ordenado de sus recuerdos personales, familiares, patrióticos. Son también, y mucho más importante que eso, unas guías para el futuro, cónsono él, en este sentido, con la vocación didáctica de su gran maestro, el educador de América, don Eugenio María de Hostos. Son el testamento patriótico, políticamente revolucionario y afectivo, de un gran conductor de lo mejor de su pueblo a lo largo de más de medio siglo, quien descarga la también responsabilidad de continuar orientándonos con su recuerdo, con su voz en nuestras conciencias como un eco aleccionador.  Así son los maestros auténticos,  los maestros con eme mayúscula, y Juan es uno de ellos.

Estas Memorias no son el recuento en retrospectiva de la lucha triunfal de un pueblo que ya se liberó. Es importante tenerlo muy claro. Son guías para la acción revolucionaria en este justo momento, probablemente decisivo para el logro de nuestro objetivo.  Son también las orientaciones y consejos de cara al futuro, de un adalid que ha consagrado su vida a esta lucha, con aciertos y desaciertos, quien con humildad magisterial nos previene contra sus propios errores: “Ciertamente, en el curso de la nueva lucha cometimos errores. Yo asumo la responsabilidad que me corresponde como uno de los principales dirigentes de esa jornada”, dice en este libro. “El resultado más negativo y obvio de la acumulación de esos errores ha sido la dispersión imparable del movimiento patriótico. Sobre todo, esa división ha producido un fenómeno que tiene que combatirse con toda nuestra creatividad y voluntad colectiva, que es la cancelación de esfuerzos entre grupos rivales que no han aprendido a co-existir, ya que no a juntarse —como lo hacían antaño—en propósitos comunes.”

A manera de ejemplo, puntualiza “…el grave error del MPI, convertido ya en Partido Socialista en 1971, de disputarle al PIP el espacio electoral del independentismo, en 1976, lo que volvió a abrir las brechas entre las dos organizaciones.”

Se precisa ser emocionalmente grande, como lo es, para expresar en público esta auto-crítica.
No por casualidad, en la plenitud de sus setentiocho años de edad intensamente vividos, Juan orienta al independentismo de modo coincidente con el consejo frecuente del mártir nacional Filiberto Ojeda Ríos, quien lo reiteró una vez tras otra, cuando menos, durante la última década de su vida en el clandestinaje.  Juan nos dice en este libro:

Los nuevos vientos que soplan en el independentismo, a contrapelo de resentimientos, contradicciones ideológicas y divisiones grupales, nos indican a todos la necesidad de buscar caminos renovados de acción positiva.  Para esto es necesario que haya una sana disposición a rectificar por parte de todos, sin excepción, y que podamos reinvertir las energías de todos en una gran avenida unitaria.

Esta convicción de ambos héroes nacionales es la quintaesencia, el más fino destilado de dos vidas absolutamente consagradas a la lucha de la independencia para Puerto Rico, por lo que debería ser una linterna y una brújula para los que continúen esa lucha.
Cíclicamente se pone en boga en Puerto Rico, increíblemente entre algún sector del independentismo, el atacar a las figuras históricas de José De Diego y Don Pedro Albizu Campos.
A De Diego generalmente se le ataca bajo las acusaciones de que era hispanista, “hispanófilo” lo señalan, y porque en el ejercicio de su condición de abogado representó profesionalmente a grandes emporios económicos tales como la central azucarera de Guánica.   
A Don Pedro Albizu Campos, porque no era marxista-leninista, por lo que tampoco lo era, naturalmente, su praxis política.

Mari Brás, que en su condición de abogado jamás representó profesionalmente otra cosa que a los pobres a través de la Sociedad para la Asistencia Legal, al independentismo puertorriqueño en casos de carácter patriótico y el derecho de los puertorriqueños a la libre expresión, y quien ideológicamente es marxista-leninista, ha defendido consecuentemente a estos dos próceres, hitos históricos de nuestra lucha, paradójicamente del ataque de otros Independentistas.
En su libro El Independentismo en Puerto Rico, su pasado, su presente y su porvenir (1984), puntualiza: “Los críticos de José De Diego se pasan diciendo que él hacía ardorosos discursos independentistas y cogía jugosas igualas de las corporaciones norteamericanas. Confunden la historia. Lo cierto es que, como señaló Albizu Campos en una ocasión, el apostolado de De Diego fue como el de Cristo, de 3 años. De Diego ciertamente fue un político común y corriente hasta tres años antes de su muerte cuando decidió consagrarse a la lucha por la independencia de Puerto Rico. Y lo primero que hizo cuando tomó esa decisión fue renunciar las igualas de las corporaciones que él representaba, destacadamente la iguala de la Guánica Central o la South Puerto Rico Sugar Association de la que había sido abogado durante varios años. Renunció a la iguala porque lo consideró incompatible con su dedicación a la lucha por la independencia de Puerto Rico. Emprendió la campaña para la defensa del idioma, fundó el Instituto José de Diego, inició su recorrido por América Latina con un viaje a la República Dominicana y comenzó una jornada de internacionalizar y latinoamericanizar la lucha de independencia de Puerto Rico, siendo, por tanto, precursor de algo de lo que sería el primer gran sostenedor don Pedro Albizu Campos a partir de su condición de vicepresidente del Partido Nacionalista y el viaje que realiza por América Latina entre 1927 y 1930.” 

Sobre Don Pedro Albizu Campos, dice en la página 90 de ese mismo libro: “Albizu Campos es el líder y patriota puertorriqueño de más significación en nuestra historia. Hay pocas cosas en las que, visto retrospectivamente, yo no he cambiado mi pensamiento; ésta es una de ellas.”
En estas Memorias adiciona: “En la hora de su muerte biológica, [Don Pedro] logró la resurrección histórica. Y con ella, la de la Patria entera.  De ahora en adelante, por los siglos venideros, Patria y Albizu serán consustanciales.”

De igual modo, ha destacado consistentemente las valiosas aportaciones a nuestra lucha de figuras de nuestra Historia tales como sus compueblanos mayagüezanos, los hermanos Juan Augusto y Salvador Perea Roselló, grandes intelectuales, historiadores, abogados, catedráticos, que hicieron valiosas aportaciones, y que paradójicamente son olvidados por sus colegas en la presente historiografía.

Don Eugenio María de Hostos, José De Diego y Don Pedro Albizu Campos son constantes estandartes de lucha en su verbo y en su actividad revolucionaria. Los ha rescatado continuamente de la indiferencia característica de los seres colonizados.

Es de notar el trato respetuoso, ponderado, con que Juan maneja sus diferencias, sobre todo tácticas, estratégicas, con contemporáneos suyos en la conducción de nuestra lucha, tales como Don Gilberto Concepción de Gracia, Juan Antonio Corretjer y Rubén Berríos Martínez, todos de mi mayor consideración y afecto.   Lo hace con su emblemática fogosidad, que muchos caracterizamos como “corsa”, pero siempre es evidente la valoración, el respeto y el afecto que siente por cada uno de ellos.   En este sentido, Juan encarna la convicción de Doña Concha Meléndez, de que: “disentir no es desamar”.

Leyendo estas Memorias, releyendo su libro El independentismo en Puerto Rico, antes citado, su extenso diálogo con el Profesor Daniel Nina, que es todo un libro titulado Por La Libre, Conversaciones con Juan Mari Brás (1998), su libro Abriendo Caminos (2001), y re-examinando el documental fílmico titulado Juan Mari Brás, un puertorriqueño (in)documentado (2006), revalido que hay paralelismos entre Juan y este humilde servidor en el modo en que fuimos criados, en el ambiente familiar y pueblerino en el que nos formamos.  A ello le atribuyo algunas coincidencias que cimentan entre ambos un puente de corazón a corazón.  Para comenzar, por la valoración y especial aprecio que ambos sentimos y exteriorizamos por De Diego y por Don Pedro.  Por la pasión que ambos tenemos por la poesía y la canción popular. En concreto, nuestra identificación con el poeta español Miguel Hernández, “el cabrero de Orihuela”, al que suelo llamar El Ruiseñor de las Desdichas.

Incluso hay entre nosotros un hecho, banal si se quiere, relatado por él en este libro, que no deja de ser, como mínimo, una curiosa coincidencia.  Ambos tuvimos en algún momento de nuestras vidas un automóvil Volkswagen, para mayor  coincidencia de color negro en ambos casos, con el que cada cual en sus días recorrió la Isla camino a mítines patrióticos, marchas, piquetes, a Lares los 23 de septiembre, a Cabo Rojo los 8 de abril, al Cementerio Santa María Magdalena de Pazzis, del Viejo San Juan, ante la tumba de De Diego, los 16 de abril, a Ponce los 12 de septiembre. En mi caso, yo le llamaba al mío el Volkswagen independentista, le he escrito y he publicado más de una crónica periodística y lo incluyo con una fotografía en uno de mis libros. El suyo era un modelo del año 1958, el mío del año 1965.

Es una trivialidad ciertamente, pero ese culto de ambos por un mismo objeto inanimado, de tantos como existen en el mundo, que nos evoca tantos eventos, es una contingencia que me impresiona.

No hay mayor dolor para un padre que perder un hijo, sobre todo baleado, asesinado.  Sólo el que ha vivido esta experiencia sabe realmente de lo que hablo.

Para mayor cercanía espiritual entre Juan y este humilde servidor, ambos experimentamos y aún sufrimos ese innarrable dolor, que se agrava con el hecho de que ninguno de los dos crímenes han sido judicialmente esclarecidos hasta este momento, después de años de ocurridos.  El hijo de Juan y Paquita Pesquera Cantellops, es Chagui, mártir de nuestra lucha, que llevaba el nombre de su abuelo paterno. Mi hijo es Francisco Alfredo, también llamado como su abuelo paterno.
De nuevo coincidentemente, Juan afirma que no puede leer o escuchar musicalizado por Alberto Cortéz y grabado por Joan Manuel Serrat el poema de Miguel Hernández titulado Nanas de la cebolla, porque le recuerda el nacimiento y tierna infancia de su hijo fallecido. A mí me ocurre exactamente lo mismo, por la misma razón, con la canción de Serrat titulada Canción Infantil… para despertar a una paloma morena de tres primaveras.  Cada mañana despertaba a mis tres hijos introduciendo en sus respectivas habitaciones las bocinas del toca-discos y repitiendo esa canción una vez tras otra hasta que iban desfilando para su aseo personal hacia el cuarto de baño. Al uno y al otro nos hace llorar, literalmente llorar, una canción de Serrat, porque nos evoca a nuestros hijos desaparecidos.

Al igual que Don Pedro en sus días, no hay un método concebible de lucha a favor de la independencia para Puerto Rico que Juan no haya ensayado. Incluso ha innovado creando métodos de su personal ingenio e inventiva.  No en balde ha estado preso en siete ocasiones a lo largo de su vida.

El diario o bitácora, que Juan llevó y que se incluye en este libro, del viaje que hizo a la República Bolivariana de Venezuela, para renunciar a la ciudadanía estadounidense, a través de su Embajada en Caracas, cumpliendo, como efectivamente cumplió, con todo el protocolo que ellos exigen para ese fin, es un documento de incalculable valor para la Historia patria. De esa renuncia suya a la ciudadanía estadounidense, emana el apelativo de ciudadano del título de esta obra que Usted tiene en sus manos.

Otra de las características de Juan que está reiterada en este libro es su inquebrantable lealtad para con sus amigos de siempre, que aparecen continuamente en sus conversaciones, entrevistas y escritos. Sólo para mencionar un puñado, destaco a los que siguen:  Rafaelito Cancel Miranda, Providencia “Pupa” Trabal, José N. “Yeyo” Rodríguez, Juan Rodríguez Cruz, Domingo “Mingo” Vega, Bernardo Vega, Lorenzo Piñeiro Rivera, Doña Carmen Rivera de Alvarado, Francisco Manrique Cabrera, Eugenio Cuebas Arbona, Fran Cervoni, Gabriel Vicente Maura, Piri Fernández de Lewis, Juan  Noriega Maldonado, Román Cortés, don Rafael Hernández Ramos, don Luis Santiagio Reyes, Pedro Baigés Chapel, María Genoveva Rodríguez, Carlos Carrera Benítez, Jorge Luis Landing, Pedro Grant, Rafael Navarro Cádiz, José Milton Soltero, Ramón Arbona Martínez, César Andreu Iglesias, el Profesor José Antonio González González, Lolita Aulet, Jaime Luciano Jiménez, Rafael Anglada López, Norman Pietri Castellón y Raúl González Cruz. No son los únicos, pero los que le conocemos sabemos que son en su vida una referencia constante y, desde luego, percolan en estas Memorias por todas partes. Igualmente palpable es la identificación de Juan, hijo único para los efectos prácticos, con su padre Don Chago, a todas luces un padre ejemplar en más de un sentido.

Juan es uno de los grandes oradores del Siglo XX. Pertenece a ese grupo exclusivo de los Rosendo Matienzo Cintrón, José De Diego, Don Pedro Albizu Campos, Ernesto Ramos Antonini, Baltasar Quiñones Elías, Yamil Galib Frangie y Rubén Berríos Martínez, quienes han hecho de la oratoria un auténtico género literario.

Lo que no se suele destacar, entre sus atributos, con igual énfasis, es su condición de notable escritor.  Él va por la vida repitiendo que su mayor vocación, más que el Derecho, es el periodismo.  Ese ejercicio del periodismo escrito, tecleado con sólo dos dedos a la maquinilla, le ha afinado una notable destreza en la redacción que es de justicia resaltar. Estas Memorias, sobre todo sus relatos bajo los epígrafes de Infancia y primera adolescencia y Las luchas  juveniles, son buena muestra de ello.

No debo terminar estas líneas que desean ser un Prólogo, sin antes destacar una característica más, de este hombre público que ha sido uno de los más notables conductores de nuestra lucha a lo largo de más de medio siglo.  Juan Mari Brás es un líder carismático, pero es anti-caudillista.
En su columna titulada “Cosas de aquí”, que se publicaba en el periódico El Imparcial, en la edición correspondiente al 29 de abril de 1965, el consagrado periodista César Andréu Iglesias afirma:   “Y voy con ello a delatar algo que conocen bien los que se mueven alrededor del círculo dirigente del MPI: se trata de un hombre anti-caudillista.   Obligado a jugar su papel por las circunstancias, hay un perfil exterior que el hombre trata de vivir en público. Pero hay un perfil interior. Y el primero, dolorosamente, se sustenta a costa del segundo.  La fría impavidez puede parecer a veces arrogancia. Lo es en el caso de ciertos hombres.   Pero en este hombre de que tratamos es otra cosa.  Es, por decirlo en una sola frase, su íntimo descontento con el rol de líder que el momento le asigna. Pero ese descontento se halla ahogado en el sentido de deber que lo supera en la actuación pública.”

Todos los seres humanos tenemos algunas palaBrás preferidas. En el caso de Juan, hay dos palaBrás que fluyen continuamente de sus labios y de su pluma, dos palaBrás que le caracterizan. Esas palaBrás son forcejeo y lúcido o lúcida. Quien lo conozca bien, quien haya leído sus escritos, tiene que coincidir en esto conmigo. Así puede sintetizarse de la manera más apretada su vida, como un constante, lúcido forcejeo, en favor de nuestra soberanía.   
Comparto con el amable lector una experiencia que ilustra lo que Juan Mari Brás significa para un puertorriqueño que no es independentista. Me la narró la amiga Mirelsa Modestti, mujer de muchos méritos, una patriota cabal, hija de la actriz que llegó a ser Vice-Presidenta del Senado de Puerto Rico por el Partido Popular Democrático, Velda González, y de una personalidad gerencial de primer orden de nuestra televisión, ya fallecido, Héctor Modestti.
Modestti era el Director General de Wapa Televisión, Canal 4, de Puerto Rico, cuando una empresa estadounidense compró ese canal.

Al poco tiempo, lo trasladaron a la ciudad de Nueva York para que dirigiera allí el Canal 47, propiedad de la misma empresa.
Lo trasladaron a Nueva York espléndidamente remunerado e instalaron su núcleo familiar en un apartamento de lujo en el exclusivo sector residencial de Park Avenue.
Como dice la vieja y conocida canción folklórica mejicana: “aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión.” ¿No?
No empece los lujos, desarraigado de su entorno nacional-cultural-puertorriqueño, el núcleo familiar se sentía de algún modo lujosamente encarcelado.
Una tarde, su padre se acercó a una de las ventanas del apartamento, sólo, meditabundo, evidentemente entristecido… abrió la ventana de par en par y gritó hacia afuera: “¡QUÉ VIVA MARI BRÁS!”

Lo relato tal y como me lo participó Mirelsa. Es importante, a mi juicio, esta visión sobre Juan de un puertorriqueño no-independentista.  

Una de las características del libro como medio de comunicación es su perdurabilidad. El libro se sigue leyendo al paso de los años, incluso de los siglos. Al terminar estas líneas me pregunto si el amable lector presente y futuro considerará adecuado este Prólogo, redactado de manera tan intimista, con tantas referencias a mis experiencias. Ocurre que Juan Mari Brás, en términos objetivos, es sin duda un patricio, un adalid de nuestra lucha, un prócer, una figura de nuestra Historia. Pero, a título personal, es mi amigo.   Por ello, no me sale espontáneamente otro modo de redactar este Prólogo, que no sea así, de tú a tú, y con mucho cariño.

La vida y el recuerdo del ciudadano Juan Mari Brás, son y serán para Puerto Rico un paradigma, una reserva de sabiduría, de experiencia y de esperanzas a la que siempre podremos recurrir o regresar, para recargar las pilas y continuar avanzando hasta triunfar.

Otoño del año 2006.