a Juan Mari Bras
Juan es el discípulo amado
de la recia ternura,
El profeta de los milagros humanos y cotidianos,
La roca carnal e inamovible
anclada en medio del río revuelto
que llamamos nuestro Destino
y de donde todos los que zozobran
(por sus corrientes crecidas y riesgosas)
se sujetan, ¡invencibles!
a su pecho inexpugnable, asta y protector.
Juan es el gran notario
de la sublime ciudadanía de alma adentro,
El coplero de estos tiempos que nos silencian de humaredas y centelleos,
Una grabación imborrable en nuestra memoria movediza,
El bastión, la plenitud y el cerezo.
Juan es incontenible
como un sol que canta al rocío para cuidarlo
como el rocío que cuida al sol para cantarlo,
como la vida misma que evoluciona
cuando inclinó a la mar para ungirse y tocar tierra, viento, sol e intemperie,
como el mismo verso pervivo y escrito
una y otra vez por un solo poeta en todos y eterno,
como la Patria que nace, muere y renace
cada vez que nos mira
a través de sus ojos arteriales, atalayados y marítimos,
donde la libertad asolea,
prospera, nutre, templa
se aproxima, traspasa y nos rehace.
Eric Landrón